viernes, 9 de noviembre de 2012

El placer de pasar miedo.


¿Disfrutar pasando miedo? Mi madre dice que ir al cine para pasarlo mal no tiene mucho de inteligente. Yo creo, un puntito de rosca más allá, que gastar un dineral, por ejemplo, para pasar la noche en un hotel donde sabes que un grupo de actores se han disfrazado y conchabado para darte la cena, nunca mejor dicho, son ganas de martirizarse. Y sin embargo, ¡cuánto nos va la marcha!

Comentaba Lovecraft que el terror es el sentimiento más antiguo y más profundo del ser humano, que es universal e inevitable. Vamos, que todos tenemos miedo a algo y, además, nos atrae meter el dedo en la llaga. 

Tendrá que ver con esto que han determinado los doctores de que un buen susto libera las mismas endorfinas y una sensación muy similar a recibir una buena noticia, al ejercicio físico, a un trozo de chocolate o a un orgasmo. Desde mi punto de vista cada uno es muy libre de elegir de cuál de estas maneras quiere conseguir sus sensaciones placenteras, que para eso son sus endorfinas, pero les aseguro que todos los que nos dedicamos a estremecer y poner los pelos de punta -ojo, me estoy refiriendo al terror- les agradecemos que elijan la nuestra.

Nos encanta pasar miedo, es cierto. Recuerdo que de pequeño yo era especialmente asustadizo, todo me daba pesadillas. Mi madre estaba hartita de mis boberías cada vez que en la tele salía un monstruo o un vampiro, por inocente que fuera, hasta de dibujos, y me obligaba a encerrarme en mi habitación cuando querían ver alguna película de terror. Y fue lo peor que hizo, o lo mejor, porque como todos sabemos no hay nada que provoque más tentación que lo prohibido, y aunque sólo fuera por saltarme las normas encontré el modo de abrir apenas una rendijita la puerta y vislumbrar al hombre lobo. Mi primer monstruo sin cerrar los ojos fue Freddy Krueger, a los catorce, y desde entonces y  hasta hoy...

Con los años he aprendido a transformar esas pesadillas en cuentos y aprovecharme de ese miedo para compartirlo a través de la escritura. Hace poco he soñado que una mujer me persigue amenazándome con un libro de las sombras de Grey en la mano. No sé si se convertirá en un relato, habrá que ver.

Apuesto a que en estos días ustedes habrán tenido al menos un detallito con la noche de Halloween. Quizá hayan fabricado una calabaza horrorosa o decorado la casa con esqueletos de caramelo y telas de araña hechas con hilos de algodón. Puede que hayan vuelto a ver La Noche de los Muertos Vivientes o que se hayan disfrazado del modo más aterrador para salir de fiesta, pero seguro que han repartido piruletas a los críos que pasaron a asustarles por su casa. Acabo de llegar del Festival de Sitges, donde además de agotarse las entradas para las decenas de escalofriantes proyecciones, cientos de entusiastas hicieron cola bajo la lluvia para ser maquillados como zombis y participar en la cabalgata más aterradora del año. ¿Y por qué? Porque el miedo mola. Y yo tan contento.