lunes, 11 de febrero de 2013

Al maestro que se va.



Los tiempos cambian, eso está claro. Cambia nuestra forma de vivir y con ella la de percibir aquello que nos rodea, lo que nos acompaña en este camino y también lo que nos guía durante el recorrido. Vivimos en un tiempo de desapego, de barullo, y perdemos de vista las figuras que desde siempre han vertebrado una sociedad, que la cimentan, cada una en su tiempo y en su justa medida. Una de esas figuras es la del maestro, tan denostada hoy en día. Resulta curioso que la generación mejor formada sea la que menos valora a aquellos que la formaron.

Sin embargo yo creo que maldecir o cuestionar la figura del maestro es solamente una pose de puertas afuera. Porque quién no recuerda a ese maestro, profesor o profesora, ese Don, esa Doña, que le enseñó a crecer con la lectura, que le ayudó a descifrar quebrados y a no trastocar tildes, que dibujó los pespuntes que lo modelaron como persona.

Yo recuerdo muy bien a Don Juan, por ejemplo, canarión afable de trazo gnomo que era la bondad en persona. Pobrecillo, falleció poco después de marcharme al instituto. Y recuerdo a Doña Lourdes, ya en Secundaria, reina malvada de la lengua y la literatura que nos metió por vena El Buscón y El Lazarillo y que invariablemente llevaba teñidos de carmín los bordes de los dientes.

Te pido un momento para pensar en tu propio maestro. Sí, ahí está. Casi puedo ver tu sonrisa. Y si eres de Playa Blanca, si tienes cierta edad, si has estudiado aquí, apuesto a que soy capaz de imaginar en quién estás pensando.

No me cuesta ver el pelo ensortijado, antes un poco más largo, la barba oscura, ahora cana, la sonrisa pícara, la broma en los ojos y esas manos que dibujan letras en el aire. Adivino la piel requemada, como dice él, y quizá ese perrillo coqueto correteando por la playa.

He pasado tres años junto a vuestro profesor, el maestro de todos, el de Playa Blanca, éste que ahora se va, porque todo ya ha aprobado. He aprendido todo aquello que no se enseña en la carrera, lo que implica ser maestro, mucho más que impartir clase, y por eso siento este hasta luego de una manera especial.

Se licencia este cantor, este escribidor de cuentos, formador querido y respetado con el Don de natural delante, y no me cabe duda que al volver la vista atrás las décadas de carros y carretas se convierten en sonrisas al ver sólo chicos y chicas agradecidos.

Por mi parte dos cosillas, un abrazo y un deseo. El abrazo por las lecciones, por los consejos compartidos y el abrazo compañero. El deseo, menos humilde, de llegar a los sesenta con la mitad de su energía y de su fuerza, y desde luego con el cariño de todos a cuantos tenga la suerte de dar clase.

Se nos va Don Jaime pero queda, Playa Blanca es su amor, me dijo, y que nadie me arrebate esa sonrisa de cruzármelo en el pueblo al otro extremo del cordón de su perrillo.