Supongo
que la palabra mágica para cualquier escritor es, y debe ser,
IMAGINACIÓN. Fíjate sólo cómo suena, qué te evoca cuando la lees
o cuando la oyes. Imaginar significa para el contador de historias lo
mismo que AGUA para el nadador o AIRE para un atleta. Es la pintura
del artista, la música del bailarín o las cuerdas del guitarrista.
No podemos escribir sin imaginación, no podemos soñar sin el
aliento que anima los sueños.
La
imaginación, además, puede y debe entrenarse. La entrenamos
leyendo, la entrenamos viendo y escuchando, la ejercitamos jugando
cada día. Y si acertamos con la práctica correcta no dejará de
crecer, de expandirse y de multiplicarse. Caray, ¡la imaginación de
un escritor puede resultar incontrolable!
La
imaginación nos supera a menudo, es cierto, y ese es el momento en
el que debemos pensar en sentarnos en un escritorio a prestarle
atención. Quizá, si no lo dejamos escapar, ese momento cambie
nuestra vida y nos lleve del rincón del lector al rincón del
escritor, como esa Alicia pasando al otro lado del espejo, como ese
actor que decide dejar de actuar y atreverse a dirigir su propia
obra.
Y
escribir, dejar tus dedos volar empujados por la imaginación, es
insuflar vida a sueños y a voces, a caras y a nombres, a acciones y
reacciones que bullen en nuestro pecho. Escribir es soñar despierto,
es aunar todo lo que has leído, todo lo que has aprendido y crear un
monstruo de Frankenstein con pedazos de recuerdos y de experiencias,
con emociones y aventuras vividas o que hubieras deseado vivir.
Hay pocas cosas más
grandes que pintar tus propios cuadros, que componer tu propia
melodía o que escribir tus propios cuentos. Crear, entregar un
pedazo de ti al mundo, es el soplo que hace latir el corazón del
artista. No hay palabra mágica ni truco de prestidigitador que te
haga escribir mejor o más rápido, no hay receta que convierta tu
guiso de letras en igual de sabroso para todos y cada uno de tus
lectores. Pero no debe haber, tampoco, miedo a equivocarse.
Porque escribir no es
recibir el calor del público, claro que no. Escribir es poner en
papel, o en tinta electrónica, esos sueños y aventuras que no
quieres que se te olviden. Darles forma, darles calor, cocinarlas a
tu gusto y, si quieres, compartirlos con quien pueda aceptar leerlas.
Escribir es soñar
despierto. Si ya has hecho eso, ya eres escritor.