
Hace unas semanas se armó gran polvareda por el anuncio
de una escritora de renombre como Lucía Etxebarría de que debido al descenso de sus cifras de ventas en
comparación
con el aumento de las descargas ilegales de sus novelas no volvería a escribir, y no hace tanto
se dijo que Ruíz
Zafón
había
dado orden a su editora de retirar del mercado sus libros digitales en
castellano. Casualmente, pocas horas después los dos desmintieron que fuesen a cumplir tales amenazas,
cuando ya su nombre y el de sus novelas habían copado titulares y dado la
vuelta a la propia red de la que reniegan.
Desconfío del daño que a una y a otro, ambos vacas sagradas de la literatura en castellano,
les ocasiona la piratería, pero no es mala oportunidad
para explicar en qué modo cambia el auge del libro electrónico la faz del mundo
editorial.
Personalmente, como escritor y
más aún como lector, no veo inconveniente en la generalización del ebook y su comercio
legal y regulado. Creo, eso sí, que todo lo que tiene de bueno para autores, en cuanto a
llegar a muchísimo
más público, para las editoriales,
en cuanto a disparar las ventas, y para los lectores, que podrán leer más por menos dinero, lo tiene
de horrible para las distribuidoras, que verán reducido de forma tajante el
pastel, suculento hasta lo cuestionable, que disfrutan ahora.
La generalización del libro electrónico devuelve la literatura a
las manos de quien la crea y de quien la disfruta, autores, editores y
lectores, y sin duda, organizando un sistema lógico de comercio, tanto online como en librerías, hará que la lectura deje de ser un
lujo cada vez al alcance de menos bolsillos.
¿Y el miedo a las descargas
ilegales? Les contaré un secreto. Crecí en un mundo en el que cuando alguien no tenía dinero para comprar un libro
o no sabía,
hasta hojearlo, si merecería la pena el gasto, le pedía a un amigo que se lo
prestara o iba a una biblioteca a buscarlo. Dudo que a Etxebarría o Zafón se les ocurriera retirar sus
libros de las bibliotecas, aunque con esta paranoia antidescargas en que
vivimos no me atrevería a asegurar nada.
Qué quieren que les diga.
Prefiero que un lector de Madrid, de Bogotá o de Arrecife descargue ilegalmente un libro mío a que no me lea nunca. Y
prefiero que las editoriales maqueten y preparen ebooks de calidad a un precio
justo para que ese lector no lo tenga que leer en un PDF escaneado
indignamente.
¿El libro en papel peligra?
Claro que no. El carácter litúrgico, romántico y acogedor de un libro no lo sustituirá ninguna publicación electrónica. La novela del autor que
nos guste, el regalo que hacer, el ocio de viaje inmediato, el cariño a una historia, seguirán haciendo del libro un compañero imprescindible. Pero, ¿cuántos de ustedes leen todo
cuanto quisieran? ¿Cuántos pueden comprar todos los libros que les gustan? ¿Tienen presupuesto para ello? ¿Tienen dónde guardarlos? ¿Leerían más, se atreverían a probar nuevos géneros y nuevos autores si en
lugar de veinte euros costasen cinco?
De manera que abogo por abrir
la literatura a la red, que el que compra libros en papel seguirá comprándolos, que el que lee poco
leerá más y que con un sistema de
venta organizado ganaremos todos.