
El timbre del 221B repicó dos veces y el doctor Watson
se apresuró a
abrir la puerta. Tras una breve conversación Holmes escuchó desde su cuarto el taconeo distinguido que acompañaba al del doctor por las
escaleras. Dejó el
violín a
un lado y se preparó para recibir a su nuevo cliente.
Buenas tardes, mi nombre es
Dorian Gray y recurro a usted para que me ayude a localizar a una amiga. Sé quién es, le respondió el detective, pero dígame, ¿qué tal su paseo por ultramar,
encontró el
tesoro o a la ballena? Oh, no se sorprenda, el aroma salino que todavía perdura en su abrigo, junto
al salitre que afea sus zapatos y resta brillo a su pelo, me indican que no ha
tenido tiempo aún de cambiarse de ropa, por otro lado, es usted demasiado joven
para sufrir el lumbago que he percibido al oírle subir cojeando y ese efecto de
la humedad, junto con la tez coloreada por el sol me permite asegurar que fue
un viaje largo. Por otro lado un aristócrata como usted no viajaría en
cualquier pecio, y sólo dos naves con misiones de entidad han arribado esta
mañana a Londres. O ha navegado usted con ese insufrible Long Silver en busca del tesoro
del capitán
Flint o se dejó
embaucar por el loco Ahab para acompañarle a la caza de su ballena. Ambos fracasados, por cierto,
según
he leído.
El recién llegado frunció el ceño y negó con la cabeza. No señor, ninguna de las dos. Acabo
de volver de un viaje por mar, eso es cierto, pero he tenido la suerte de
hacerlo en el fantástico buque del capitán Nemo. Una maravilla singular, señor Holmes. ¡Navega por debajo del agua!
Debería
usted conocerla. He oído hablar del Nautilus,
comentó el
detective, restándole
importancia, no creí que ese excéntrico lo lograra. Y ahora, señor Gray, me hablaba de una
amiga.
Sí, así es. Debía reunirme en Londres con la
princesa Sherezade de Bagdad, pero mis sirvientes me cuentan que no ha llegado
a casa. Para cuándo
la esperaban. Zarpó en el barco del llamado Tigre de Malasia hace ahora una
semana. Ese Sandokán es rápido, afirmó Holmes, pensativo. Tiene usted razón, ya se me hace extraño. ¿Viajaba sola?
No, señor. La acompañaban tres de los mejores
guardias del rey francés, bueno, cuatro en realidad, se les acaba de unir un joven
impulsivo pero muy diestro con la espada. El investigador asintió, son las del Mediterráneo aguas peligrosas, dijo, a
pesar de la protección de los mosqueteros. No estaría de más comprobar si el barco llegó alguna vez a puerto.
Podría llamar a Huck Finn,
intervino el doctor, quizá el muchacho sepa algo. Sí, es posible, confirmó el detective, mascando su
pipa, Huckelberry y su amigo, ese Sawyer, son buenos husmeando, lo que no sepan
lo averiguarán.
Me preocupa, señor Holmes, concluyó el tal Gray. Londres es un
lugar terrible y peligroso, parece que aún más desde la llegada de ese misterioso conde rumano que se ha
instalado en la abadía de Carfax.
Es
sencillo, para saber cómo
acaba esta fábula
visita nuestra nueva biblioteca, por fin en Playa Blanca. Porque allí es donde sueños como éste cobran vida.