
Los escritores nos reunimos de
vez en cuando, debatimos. Autores y lectores nos vemos a menudo -ferias,
festivales-, charlamos. Con las editoriales discutimos casi a diario. Pues charla
tras charla, feria tras feria, una discusión tras otra, caemos en la misma pregunta: ¿cómo diantre vendemos
literatura?
Viene al pelo este artículo por la reunión de escritores de terror y
fantástico
celebrada el mes pasado en Madrid, más aún una vez valorada la reciente Feria del Libro de Playa
Blanca, cuando unos y otros nos lamentamos de la falta de apoyo, por decirlo de
algún
modo, del gran público
hacia la literatura. ¿Por qué no se venden libros?
La cuestión es que este descenso –apuntábamos en Madrid- no se ceba con
la literatura en general. No se equivoquen, el consumo de libros ha bajado de
un modo muy acorde a la caída en las ventas de cualquier otro artículo de ocio, pero mientras el
famoseo y el nombre atraen -eso está claro, al “televisivo” y “los de siempre” las ventas les bajan lo justo, ya escriban maravillas o
bodrios de precio proporcional a su peso-, el socabón, que no bache, afecta de
manera mortal a la literatura menor, a los géneros menos populares, a los
autores emergentes.
Llama la atención que este descenso en el
interés
del gran público
se produzca en la época en la que más promoción, difusión y respaldo tienen las novelas, en la era de los blogs y
las webs de reseñas,
del booktrailer, del boca a oreja masivo a través de las teclas. Cuando cada
novela que sale recibe más atención que nunca, el público, sin embargo, permanece alejado de las librerías. ¿Por qué?
¿Sirve para algo que tu novela
acumule buenas reseñas, que aparezca en tal o cual web de prestigio? Veamos. Una
reseña
en un blog literario de los más populares recibe al cabo del día cientos de visitas, miles al
terminar el mes. Una revista especializada cotiza sus críticas a precio de oro y qué decir de los portales de
venta de libros online, donde a cada título visualizado acompaña un séquito de recomendaciones con
su sinópsis
y opinión
de los lectores.
Entonces, si hoy conocemos más novelas, si sabemos más de ellas, si el número de títulos crece y su precio –ya sea en un formato u otro-
decrece, ¿qué necesitas, lector, para
comprarlas?
Porque, ¿cuántos de los que leéis nuestras reseñas corréis a las librerías a buscarnos? ¿Cuántos nos encontráis? ¿Cuántos os animáis a hacer el oportuno pedido
al librero? ¿Cuántos os atrevéis a buscarnos en la
red?
Al final
la sensación es que sólo vende quien más recursos tiene. Quien mejor puede
posicionar sus novelas, quien más cerca tiene a los grandes medios, radio,
televisión, prensa. A ése –habitualmente consagrado- le encontramos fácil y le
compramos por inercia. Así, una de las mejores generaciones de escritores en
español verá su futuro estrecharse como boquilla de embudo. Diremos, después,
que la literatura española no encuentra recambios a sus referentes. Pero,
¡acaso los buscamos!