
El calor, los días más largos, para algunos las
vacaciones, el verano es época de libros, de lectura en la terraza con un té o con una copa, de arenilla
entre las páginas
si cometemos el horror de llevarnos un libro a la playa, de alejarnos de la
tensión
del resto del año y
sumergirnos en historias de papel y tinta. Les animo a que esta sea su rutina
de todo el año
pero, no lo neguemos, todos vamos a buscar un “qué leer” este verano.
Y como ustedes yo también, y me nace comentarles qué voy a leer estas semanas en
las que no pienso poner la tele salvo para seguir con más o menos interés la Eurocopa y la Olimpiada,
que no está el
Telediario para muchas alegrías. Y les invito a compartir conmigo dos lecturas, la
primera un descubrimiento inesperado, la segunda una cita ineludible, como esa
reunión
con el familiar lejano que una vez al año viene a visitame. Estas son.
En primer lugar, debo
reconocerlo, no podría aunque quisiera detener ahora la lectura de la saga épica y fantástica, en todos los sentidos,
de Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin. No
soy yo, nunca lo he sido, lector de dragones y princesas, siempre se me
atragantó el
estilo sobrecargado de ese tipo de lecturas, pero en Juego de Tronos
y Choque de Reyes –capítulos I y II de una familia de cinco- he encontrado una
aventura magnética
y adictiva, muy entretenida y para colmo narrada de tú a tú, como a mi me gusta. La
recomiendo les guste o no la serie de televisión.
Y la segunda lectura que
acometeré
este verano es la nueva novela de Stephen King, titulada 22/11/63,
en la que el maestro de Maine entremezcla una de sus pesadillas con el
misterioso asesinato, en la fecha a la que alude el título, del presidente americano
John Fidgerald Kennedy. No pondría en un altar ni la mitad de lo que ha escrito el señor King, pero me apetece mucho
echarle un ojo a cómo ha diseccionado una fecha tan interesante.
Y fuera ya de estas elecciones
personales, lo que les pido, casi les exijo, es que lean, que lean cualquier
novela que les guste, que relean, si prefieren, sus favoritos, que las páginas de un libro ni recortan
ni abandonan y, que se sepa, nunca han hecho daño a nadie.