jueves, 5 de diciembre de 2013

Contar una historia, vivir una historia.

Supongo que la palabra mágica para cualquier escritor es, y debe ser, IMAGINACIÓN. Fíjate sólo cómo suena, qué te evoca cuando la lees o cuando la oyes. Imaginar significa para el contador de historias lo mismo que AGUA para el nadador o AIRE para un atleta. Es la pintura del artista, la música del bailarín o las cuerdas del guitarrista. No podemos escribir sin imaginación, no podemos soñar sin el aliento que anima los sueños.

La imaginación, además, puede y debe entrenarse. La entrenamos leyendo, la entrenamos viendo y escuchando, la ejercitamos jugando cada día. Y si acertamos con la práctica correcta no dejará de crecer, de expandirse y de multiplicarse. Caray, ¡la imaginación de un escritor puede resultar incontrolable!

La imaginación nos supera a menudo, es cierto, y ese es el momento en el que debemos pensar en sentarnos en un escritorio a prestarle atención. Quizá, si no lo dejamos escapar, ese momento cambie nuestra vida y nos lleve del rincón del lector al rincón del escritor, como esa Alicia pasando al otro lado del espejo, como ese actor que decide dejar de actuar y atreverse a dirigir su propia obra.


Y escribir, dejar tus dedos volar empujados por la imaginación, es insuflar vida a sueños y a voces, a caras y a nombres, a acciones y reacciones que bullen en nuestro pecho. Escribir es soñar despierto, es aunar todo lo que has leído, todo lo que has aprendido y crear un monstruo de Frankenstein con pedazos de recuerdos y de experiencias, con emociones y aventuras vividas o que hubieras deseado vivir.

Hay pocas cosas más grandes que pintar tus propios cuadros, que componer tu propia melodía o que escribir tus propios cuentos. Crear, entregar un pedazo de ti al mundo, es el soplo que hace latir el corazón del artista. No hay palabra mágica ni truco de prestidigitador que te haga escribir mejor o más rápido, no hay receta que convierta tu guiso de letras en igual de sabroso para todos y cada uno de tus lectores. Pero no debe haber, tampoco, miedo a equivocarse.

Porque escribir no es recibir el calor del público, claro que no. Escribir es poner en papel, o en tinta electrónica, esos sueños y aventuras que no quieres que se te olviden. Darles forma, darles calor, cocinarlas a tu gusto y, si quieres, compartirlos con quien pueda aceptar leerlas.

Escribir es soñar despierto. Si ya has hecho eso, ya eres escritor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario